Lecciones de Vida
Rodrigo Yañez: “Estoy disponible para poder colaborar en el traspaso” de Boric
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Soy hijo único. Mi familia es del sur, de Paillaco y Concepción, pero mis padres partieron muy jóvenes a Antofagasta por el trabajo de mi papá en Cementos Bio Bio. Mi mamá me tuvo muy joven, a los 19-20 años. Y a los 24 entró a la universidad a estudiar Ingeniería en Computación. Viví en Antofagasta hasta los 18.
Fue una bonita infancia: el mar, las salidas con mi perro, el desierto. Me acuerdo que la televisión, a excepción de TVN, llegaba con una semana de retraso, los controles remotos te los traían de fuera de Chile, igual que los chicles. Pese a ser hijo único, siempre me dieron mucha libertad.
En esa época empecé a montar. Todavía hago salto en un club en Lampa, donde voy todos los fines de semana. Me gusta el desafío permanente de conectar con un animal tan grande, con tanta potencia, pero tan sensible al mismo tiempo. El salto tiene una adrenalina bien adictiva y mucho trabajo de técnica y concentración detrás. Eso sí, no tengo caballos, no me aguanta el presupuesto de funcionario público.
Cuando llegué a Santiago -con mi mamá y mi perro-, para estudiar Derecho en la UC, me di cuenta que ese es otro planeta: las diferencias entre la gente que es de Santiago, de ciertos colegios, de ciertos sectores. Los amigos que me hice en esa época hasta hoy son muy cercanos.
Fui ayudante del profesor en Derecho Internacional Hernán Salinas, hoy embajador en La Haya, y muy cercano también a Wildo Moya, profesor guía de mi tesis en deuda soberana. Me saqué un 7 y fue publicada en la Revista Chilena de Derecho.
Entré a trabajar al estudio de abogados Chadwick y Aldunate, en temas de concesiones de OOPP. Estaban buscando a un abogado en el Instituto Libertad -yo no sabía ni lo que era, pensaba que era lo mismo que LyD-, y me llama Hernán Salinas para que postule. Fui a una entrevista con María Luisa Brahm, y ahí hicimos click. Me quedé cuatro años como asesor legislativo, era como el goma de la comisión de RREE del Instituto Libertad.
Mi abuelo siempre me transmitió mucha pasión por la política cuando nos iba a ver de Concepción a Antofagasta. Mi bisabuelo Fortunato Benítez fue el primer alcalde socialista de Talcahuano. Me acuerdo desde muy chico leyendo el diario, de la polarización del país en los años ‘80, del miedo a lo que fuera a pasar porque mi mamá estaba muy metida en la oposición: ella estaba estudiando en la universidad, participaba en las protestas. Me llevó al cierre de campaña de Aylwin en Antofagasta.
Trabajamos mucho en el Congreso, desde el Instituto Libertad, pero al mismo tiempo en el programa de gobierno con los grupos Tantauco, como coordinador de Pueblos Originarios, OOPP, y relaciones exteriores. Mientras que en el parlamento me tocó negociar la Ley de Concesiones completa, la ley de operaciones de paz con la que fuimos a Haití; la incorporación de Chile al Estatuto de Roma, punto complejo para la derecha.
En 2010 (durante la administración Piñera 1) me fui al segundo piso con María Luisa Brahm (entonces jefa de asesores) y me mantuve los cuatro años de gobierno. Entremedio me fui a Londres a London School of Economics a hacer un Master en Regulación.
Me llamaban mucho la atención los procesos de liberalización económica que hicieron Reino Unido con Margaret Thatcher y Chile con Pinochet -uno en democracia y otro en dictadura- y cómo cuando se llevaron a cabo las privatizaciones, Reino Unido se dio cuenta de que era necesaria cierta regulación y el rol que debía tener el Estado. Eso acá no pasó, y nos terminó pasando la cuenta. Aquí la palabra Estado para la derecha es el demonio.
Terminado el gobierno me fui a la empresa Latam a armar el modelo anticorrupción, y de ahí a Deloitte al área de servicios financieros. Al mismo tiempo me incorporé al panel técnico de concesiones de OOPP por el sistema de Alta Dirección Pública.
La clave fue tener un esquema que permitiese tomar decisiones rápidas.
Llegué al segundo gobierno de Piñera a cargo de la Direcon -no existía la Subsecretaría de Relaciones Económicas Internacionales- en un escenario donde a los tratados de Libre Comercio se les estaba acabando el ciclo de ser la niña bonita. Aun así, en estos cuatro años aprobamos nueve acuerdos de TDLC.
El estallido social cambió la agenda -yo estaba a cargo de la Apec, que se suspendió–, el TPP (11) que estaba por votarse, quedó dando vueltas hasta el día de hoy y luego llegó la pandemia. En abril de 2020 el Presidente Piñera empieza a activar Cancillería y gatillar tres caminos: ensayos clínicos, negociaciones directas con los laboratorios y Covax.
Somos un país pequeño y por tanto más ágil para movernos. La clave fue tener un esquema que permitiese tomar decisiones rápidas, y un mapeo muy ordenado de las oportunidades que había y no dejarlas pasar. Tomas el teléfono a distintos niveles y cuando no funciona, incluso es necesario que intervenga el Presidente y participe en reuniones.
Y así fue. Fuimos de los primeros países en el mundo y los segundos en Latinoamérica en tener vacunas Pfizer en diciembre de 2020 para vacunar a 30 mil funcionarios. Generamos una relación comercial muy temprana con Pfizer que hoy nos permite tener las dosis de refuerzo. El saltar del esquema de virus inactivo con booster con ARN ha probado ser muy eficaz. No sé cuántas reuniones he tenido con los laboratorios, pero fácilmente más de 50.
Con los chinos hay un rol muy importante de la UC, porque en 2020 ellos firman un acuerdo con Sinovac para hacer las pruebas clínicas. Lo importante de los ensayos era tener conocimiento de la vacuna para apostar por ella, si no habría sido negociar a ciegas. Hubo que negociar con los chinos el precio que no estaba establecido, y el calendario.
Esa fue la puja y finalmente permitió que en marzo toda la población de riesgo estuviese vacunada, contar con 20 millones de dosis por tres años aseguradas y un porcentaje de descuento importante.
Hubo momentos muy tensos en la negociación. Muchos problemas. Me acuerdo cuando Marta Diez, entonces country manager de Pfizer, me llama un domingo en la tarde y me dice que se corta el suministro por varias semanas, cuando la UE estaba presionando al laboratorio para tener más dosis.
Esa misma tarde generamos una llamada con el Presidente Piñera y el presidente para Latinoamérica de Pfizer, con lo que logramos reducir a tres las semanas de atraso y garantizar que nos iban a llegar las dosis estipuladas.
Con Sinovac también hubo momentos complicados, como cuando en julio, para el aniversario del Partido Comunista chino -dado que ellos necesitaban 500 millones de dosis- dijeron que iban a exportar menos. Ahí tuvimos que elevar las conversaciones con el gobierno chino y su cancillería.
No tuve contacto con ningún comando en esta presidencial. Yo estoy disponible para poder colaborar en el traspaso, pero la administración Boric debe entrar y ver qué es lo que ellos necesitan. No estoy cerrado a nada post 11 de marzo, estoy viendo cosas en Chile y fuera del país. Lo único que tengo descartado es emprender.